Siempre planeo los viajes en
solitario. No es que sea antisocial, simplemente de un tiempo a esta parte
mis horarios rara vez le vienen bien a nadie, y más raro es aún que le vengan
bien a alguien y que encima le guste hacer este tipo de viajes.
Cuál es mi sorpresa cuando Paul,
el chico guapo que aparece en la siguiente foto, me confirma que si viene al
viaje del cual estuvimos hablando hace unas cuantas semanas.
El reto comenzaba en Urtx, donde vivo actualmente y la meta se situaba si trazáramos una línea recta a 215 kilómetros, en Montpellier, ciudad francesa por lo visto muy recomendable de visitar.
La opción de hacer la ruta en
línea recta la descartamos a la primera, principalmente porque creo que sería
casi imposible en este tipo de distancias y segundo que la dificultad se
multiplicaría por 10, o por 100, o por un… “anda majo, date la vuelta y busca
otro camino” : )
Tampoco tenía que plantearse un
viaje con una dificultad altísima, sobre todo porque para Paul este sería su
primer viaje en bicicleta, cargando todo lo necesario para solo depender de
encontrar establecimientos donde comprar comida y agua, durmiendo en tienda de
campaña o al raso donde nos viniera bien y gestionando nuestras energías de tal
forma que cuatro días después como fecha límite pudiéramos llegar a poner los
pies en nuestro destino.
No tenía ni idea como iba a salir
todo esto, pero si tenía claro que pondría todos los medios a mi alcance para
que a Paul le resultara atractiva esta forma de viajar y no acabara tirando su
bicicleta por algún puente y haciendo auto-stop para volver a casa.
Así que elegimos una ruta por lo
que se planteaban bonitas y solitarias carreteras secundarias, o incluso más
que secundarias, pasando por ciudades importantes de la región francesa de
Languedon-Rosellón como Narbonne y Bézier.
La primera parte del primer día
fue la más difícil. Eligiéramos la carretera que eligiéramos tendríamos que
subir un puerto de montaña, por lo que nos decantamos subir hasta Font Romeu,
en lo que fueron treinta kilómetros de subidas hasta situarnos en el punto más
alto de todo el viaje, el Col de Calvaire. Fue en estas cuestas donde creo que
Paul se preguntó más de una vez que leches hacía allí.
Nuestro ritmo era tranquilo pero
constante. La recompensa de subir hasta allí arriba fue deleitarnos con un
asfalto en perfecto estado, soledad de vehículos a motor, curvas de todos los
ángulos y paisajes increíbles en la que para mí ha sido la mayor bajada que he
hecho en mi vida en bicicleta.
Más de cincuenta kilómetros donde
nuestra sonrisa era permanente, rodando a momentos juntos entre risas y
comentando lo privilegiados que nos sentíamos, y momentos donde nos distanciábamos
viviendo en solitario esos instantes con la única compañía de los sonidos del
monte y el rodar de los neumáticos sobre el asfalto.
Íbamos tan bien y veía tan bien a
Paul que decidimos modificar la ruta inicial para visitar el segundo día del
viaje la ciudad de Carcassone y adentrarnos en la hermosa Cité. Ciudad
fortificada conservada al detalle y llena de vida, Patrimonio de la Humanidad y
unos de los lugares más visitados de toda Francia.
Sorprendido me tenía Paul, en su
primer día como cicloturista había recorrido 110 kilómetros sin quejarse,
incluso le quedaban ganas de reírse de mi cansancio ya que durante los últimos
kilómetros se había aprovechado de mi rebufo y él rodaba tan tranquilo.
Después de visitar La Cité y de comprar
provisiones nos dirigimos en busca de la ruta inicial, recorriendo sin planearlo una de las rutas vinícolas de Francia. El vino francés puede ser
muy bueno pero turismo lo que se dice turismo por sus campos de cultivo poco, ya
que pudimos disfrutar de kilómetros y kilómetros sin tráfico y con unos
paisajes increíbles. Llenos de viñas que nos acompañaron casi hasta el final de
nuestro viaje, con la curiosidad que cuanto más nos acercábamos al litoral más
madura y dulce estaba la uva. Sí, es verdad, reconozco que tuve que ir catándolas,
pero yo y la fruta somos un binomio. ¡Demasiada tentación!
Otra curiosidad de este viaje es
que tuvimos bastante suerte con los sitios elegidos para dormir. Tres de las
cuatro noches pudimos asearnos con agua corriente. La primera con agua
corriente de una fuente, la segunda con agua corriente de un río y la tercera
con menos merito, la última noche con agua corriente de una ducha en un
camping.
El tercer día de pedaleo llegábamos
a ciudades que visitábamos de pasada como Narbonne y Bézier, variando
nuevamente la ruta inicial para coger el conocido Canal de Midi. Es el canal
navegable más antiguo de Europa y junto con el Canal de Garonne forman el
llamando canal de los dos Mares, que comunica el Océano Atlántico con el Mar Mediterráneo.
Teniendo el bonito gesto algún iluminado de los buenos de crear paralelo a sus
orillas un carril para
bicicletas/caminantes/corredores tranquilo y con una pendiente
inapreciable.
No nos separamos de él hasta casi
llegar a la ciudad costera de Agde ya en el cuarto día de pedaleo. Son curiosos
los cambios de escenarios que vivíamos. Otro viaje más que de la alta montaña nos trasladamos a la costa oriental francesa, esta vez descubriendo playas enormes y solitarias
en lo que geográficamente es una recta de unos 500 metros de ancho y 10
kilómetros de largo entre las ciudades de Agde y Sète, rodeada en todo momento a nuestra
izquierda por la Laguna Thau y a nuestra derecha por el Mar Mediterráneo.
Casi sin darnos cuenta
Montpellier estaba más y más cerca hasta que vimos el cartel que marcaba
nuestro objetivo. No lo pudimos evitar, había que hacerse la foto.
Ambos coincidimos que Montpellier
merece mucho la pena por lo poco que vimos. Incluso ya soñamos con que nuestro siguiente viaje
empezará en Montpellier y nos pasaremos al menos un día entero conociéndolo. En
este viaje la alta ocupación de los alojamientos que nos podíamos permitir
hicieron que optáramos por bajar hasta la playa y relajarnos esa tarde en un
camping recordando todo lo vivido.
Nuevamente en un viaje evitamos
la ruta más corta, recorriendo casi 400 kilómetros de curvas y rodeos necesarios
para descubrir algo más que un territorio.
En esta ocasión yo personalmente
descubrí al que fue y será un buenísimo compañero de viajes. Me quito el
sombrero ante Paul por realizar su primer viaje sin queja alguna, ilusionado y
positivo en todo momento además de con un gran nivel de adaptación a todo lo
que nos íbamos encontrando.
Es bien sabido por los viajeros
que no todo el mundo puede viajar con todo el mundo. Yo ahora puedo decir con
Paul si puedo. ¿La prueba? 400 kilómetros de risas…
¡Ah! ¡¡Se me olvidaba!! Y hace unas
fotos alucinantes, el mérito de las fotografías que habéis visto esta vez es todo suyo.
Hasta la próxima : )
Hasta la próxima : )