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sábado, 29 de agosto de 2015

Kilómetros de risas / Urtx-Carcassonne-Narbonne-Montpellier

Siempre planeo los viajes en solitario. No es que sea antisocial, simplemente de un tiempo a esta parte mis horarios rara vez le vienen bien a nadie, y más raro es aún que le vengan bien a alguien y que encima le guste hacer este tipo de viajes.

Cuál es mi sorpresa cuando Paul, el chico guapo que aparece en la siguiente foto, me confirma que si viene al viaje del cual estuvimos hablando hace unas cuantas semanas.


El reto comenzaba en Urtx, donde vivo actualmente y la meta se situaba si trazáramos una línea recta a 215 kilómetros, en Montpellier, ciudad francesa por lo visto muy recomendable de visitar.

La opción de hacer la ruta en línea recta la descartamos a la primera, principalmente porque creo que sería casi imposible en este tipo de distancias y segundo que la dificultad se multiplicaría por 10, o por 100, o por un… “anda majo, date la vuelta y busca otro camino” :  )


Tampoco tenía que plantearse un viaje con una dificultad altísima, sobre todo porque para Paul este sería su primer viaje en bicicleta, cargando todo lo necesario para solo depender de encontrar establecimientos donde comprar comida y agua, durmiendo en tienda de campaña o al raso donde nos viniera bien y gestionando nuestras energías de tal forma que cuatro días después como fecha límite pudiéramos llegar a poner los pies en nuestro destino.

No tenía ni idea como iba a salir todo esto, pero si tenía claro que pondría todos los medios a mi alcance para que a Paul le resultara atractiva esta forma de viajar y no acabara tirando su bicicleta por algún puente y haciendo auto-stop para volver a casa.


Así que elegimos una ruta por lo que se planteaban bonitas y solitarias carreteras secundarias, o incluso más que secundarias, pasando por ciudades importantes de la región francesa de Languedon-Rosellón como Narbonne y Bézier.


La primera parte del primer día fue la más difícil. Eligiéramos la carretera que eligiéramos tendríamos que subir un puerto de montaña, por lo que nos decantamos subir hasta Font Romeu, en lo que fueron treinta kilómetros de subidas hasta situarnos en el punto más alto de todo el viaje, el Col de Calvaire. Fue en estas cuestas donde creo que Paul se preguntó más de una vez que leches hacía allí.



Nuestro ritmo era tranquilo pero constante. La recompensa de subir hasta allí arriba fue deleitarnos con un asfalto en perfecto estado, soledad de vehículos a motor, curvas de todos los ángulos y paisajes increíbles en la que para mí ha sido la mayor bajada que he hecho en mi vida en bicicleta.



Más de cincuenta kilómetros donde nuestra sonrisa era permanente, rodando a momentos juntos entre risas y comentando lo privilegiados que nos sentíamos, y momentos donde nos distanciábamos viviendo en solitario esos instantes con la única compañía de los sonidos del monte y el rodar de los neumáticos sobre el asfalto.


Íbamos tan bien y veía tan bien a Paul que decidimos modificar la ruta inicial para visitar el segundo día del viaje la ciudad de Carcassone y adentrarnos en la hermosa Cité. Ciudad fortificada conservada al detalle y llena de vida, Patrimonio de la Humanidad y unos de los lugares más visitados de toda Francia.





Sorprendido me tenía Paul, en su primer día como cicloturista había recorrido 110 kilómetros sin quejarse, incluso le quedaban ganas de reírse de mi cansancio ya que durante los últimos kilómetros se había aprovechado de mi rebufo y él rodaba tan tranquilo.


Después de visitar La Cité y de comprar provisiones nos dirigimos en busca de la ruta inicial, recorriendo sin planearlo una de las rutas vinícolas de Francia. El vino francés puede ser muy bueno pero turismo lo que se dice turismo por sus campos de cultivo poco, ya que pudimos disfrutar de kilómetros y kilómetros sin tráfico y con unos paisajes increíbles. Llenos de viñas que nos acompañaron casi hasta el final de nuestro viaje, con la curiosidad que cuanto más nos acercábamos al litoral más madura y dulce estaba la uva. Sí, es verdad, reconozco que tuve que ir catándolas, pero yo y la fruta somos un binomio. ¡Demasiada tentación!




Otra curiosidad de este viaje es que tuvimos bastante suerte con los sitios elegidos para dormir. Tres de las cuatro noches pudimos asearnos con agua corriente. La primera con agua corriente de una fuente, la segunda con agua corriente de un río y la tercera con menos merito, la última noche con agua corriente de una ducha en un camping.





El tercer día de pedaleo llegábamos a ciudades que visitábamos de pasada como Narbonne y Bézier, variando nuevamente la ruta inicial para coger el conocido Canal de Midi. Es el canal navegable más antiguo de Europa y junto con el Canal de Garonne forman el llamando canal de los dos Mares, que comunica el Océano Atlántico con el Mar Mediterráneo. Teniendo el bonito gesto algún iluminado de los buenos de crear paralelo a sus orillas un carril para  bicicletas/caminantes/corredores tranquilo y con una pendiente inapreciable.




No nos separamos de él hasta casi llegar a la ciudad costera de Agde ya en el cuarto día de pedaleo. Son curiosos los cambios de escenarios que vivíamos. Otro viaje más que de la alta montaña nos trasladamos a la costa oriental francesa,  esta vez descubriendo playas enormes y solitarias en lo que geográficamente es una recta de unos 500 metros de ancho y 10 kilómetros de largo entre las ciudades de Agde y Sète, rodeada en todo momento a nuestra izquierda por la Laguna Thau y a nuestra derecha por el Mar Mediterráneo.




Casi sin darnos cuenta Montpellier estaba más y más cerca hasta que vimos el cartel que marcaba nuestro objetivo. No lo pudimos evitar, había que hacerse la foto.



Ambos coincidimos que Montpellier merece mucho la pena por lo poco que vimos. Incluso ya soñamos con que nuestro siguiente viaje empezará en Montpellier y nos pasaremos al menos un día entero conociéndolo. En este viaje la alta ocupación de los alojamientos que nos podíamos permitir hicieron que optáramos por bajar hasta la playa y relajarnos esa tarde en un camping recordando todo lo vivido.



Nuevamente en un viaje evitamos la ruta más corta, recorriendo casi 400 kilómetros de curvas y rodeos necesarios para descubrir algo más que un territorio.

En esta ocasión yo personalmente descubrí al que fue y será un buenísimo compañero de viajes. Me quito el sombrero ante Paul por realizar su primer viaje sin queja alguna, ilusionado y positivo en todo momento además de con un gran nivel de adaptación a todo lo que nos íbamos encontrando.


Es bien sabido por los viajeros que no todo el mundo puede viajar con todo el mundo. Yo ahora puedo decir con Paul si puedo. ¿La prueba? 400 kilómetros de risas…

¡Ah! ¡¡Se me olvidaba!! Y hace unas fotos alucinantes, el mérito de las fotografías que habéis visto esta vez es todo suyo.

Hasta la próxima : )