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jueves, 29 de octubre de 2015

Menorca y mi particular vuelta al Cami de Cavalls.

Nueve horas en ferri de vuelta a Barcelona. Después de dormir unas cuantas me encuentro en la cubierta, rodeado de agua, viendo un precioso atardecer, mientras empiezo a escribir en cuatro trozos de papel los esbozos de lo que ha sido una intensa experiencia.


Hace tres días y medio me encontraba embarcando en el mismo ferri. La dirección era la contraria y solo tenía la ligera sospecha de que Menorca posiblemente me iba a encantar.


Un poco antes de lo esperado anunciaron la llegada a puerto. Volví a las inmensas bodegas del barco y prepare todo para salir directamente pedaleando.


Nada más salir del puerto paré para situarme con el GPS, aprovechando para respirar profundo y tomar conciencia de donde me encontraba y lo que me disponía a hacer para disfrutarlo como se merecía.


Volví a emprender la marcha. No quería parpadear. ¿Amor a primera vista? Posiblemente. 


Me movía despacio. A cada pocos metros  aparecía en el camino algún obstáculo que obligaba a desmontar de la bicicleta. En esos momentos me daba realmente cuenta del peso que hay que llevar encima por el gusto casi adictivo de ir en régimen de autosuficiencia.


Esto último para entendernos es la gran sensación de poder ir por el mundo sin depender de nada ni de nadie. Sigues tu camino, avanzas sin descanso si te apetece y  paras cuando quieres,  trasportando contigo todo lo necesario para pasar el día y la noche. Sin mirar atrás porque sabes que solo volverás a ver el camino recorrido si tú, solo tú, deseas volver a verlo. No tienes obligación de volver, porque todo lo que necesitas viaja contigo.


¿Pensaste que es una muy posible definición de libertad? Yo si, por eso hago lo que hago : )

Aunque aviso que esto de la libertad no es un camino de rosas. Sobre todo cuando el atardecer entra en escena y las nubes están tan concentradas que las lluvias están aseguradas. Esto no sería ningún problema si no hubiera decidido dejar la tienda de campaña en casa por lo que era prioritario encontrar un sitio para refugiarme.


El sol cada vez estaba más bajo y empezaba a chispear. Miraba a izquierda y derecha en todo momento para intentar encontrar un techo donde pasar la noche. Fue gracias a dos vecinos que me encontré en un bonito atardecer los que me indicaron la localización de una cueva ancestral.


Lo de dormir en una cueva en un lugar que no conoces tiene su punto. Fue una de esas situaciones que lo desconocido pone nervioso, sobre todo cuando estás ya tumbado metido en el saco y escuchas a menos de dos metros lo que crees y esperas que sean murciélagos y no algo más raro. En ese momento opte por cerrar los ojos, pensar que así vivían hace muchos años y cuando me quise dar cuenta ya estaba dormido plácidamente hasta la mañana siguiente.


He de reconocer que como la cueva mantiene una temperatura estable con un saco de verano no pase nada de frío. Y también he de reconocer que suerte la mía en leer por la mañana el cartel que indicaba que esas cuevas se utilizaban hace muchos años para enterrar a los muertos porque seguro que la noche hubiera sido mentalmente menos tranquila.


El segundo día empezaba como el primero, nublado pero respetando. Más relajado personalmente después de leer todos y cada uno de los comentarios recibidos en un vídeo que colgué en mi Facebook, donde me sinceraba y resumía el día anterior con cierto agotamiento y decepción por avanzar más lento de lo esperado. Desde aquí nuevamente gracias a todos : )  : )


En este nuevo día me encontré con un tramo a mi parecer mucho más agradecido. Con más tiempo encima de la bicicleta y sorprendido por lo que había avanzado mi nivel de técnica encima de la bicicleta. Lo podría demostrar con la cara que se les quedo a tres ingleses viéndome subir por una cuesta llena de piedras, pero para eso hubiera necesitado un tercer brazo que sacara la cámara de fotos y captara en el justo instante su cara de OMG!!!

Aunque quisiera ir más rápido es complicado, Es inevitable a cada rato pararse a contemplar. En Menorca los paisajes son de postal.



Algunos pueblos, como Benibeque son de cuento.



Y las playas de arena blanca y agua cristalina son la definición perfecta de paraíso.



Está todo más que cuidado y desde aquí tengo que felicitar a quien corresponda por encontrar el buen equilibrio entre el desarrollo urbanístico y la conservación de la gran reserva de la biosfera que tienen.


Casi sin darme cuenta, supongo que por lo que estaba disfrutando, llegué al medio día a Mahón, capital de Menorca. Con esfuerzo había completado la cara sur del Cami de Cavalls y me encontraba en el segundo puerto natural más grande de Europa. Tocaba comprar comida y relajarme un rato para después recolocar todo el equipaje y seguir la marcha por la temida cara norte.


Pocas horas me quedaban de luz ese día. Previsión de lluvia otra vez del 100% a partir de las ocho de la tarde. El nerviosismo por encontrar algún techado ya empezaba a resurgir. Os puedo asegurar que me gusta vivir estas aventuras, pero hay veces que tampoco me importaría tener el dinero para ir de hotelitos cada día. Otra vez y gracias a una pareja de paseantes me indicaron un lugar que aunque me tendría que desviar unos kilometros podría encontrar un techo donde pasar la noche.


Me indicaron que eran unos edificios a medio construir ya que detuvieron las obras por ilegales. Lo que no me indicaron es que en su momento estarían habitados por personas de no muy buenos hábitos que dejaron todo lleno de trastos. Y lo que tampoco me comentaron, imagino que por desconocimiento, es que algunos pisos ¡¡¡seguían habitados!!! No había tiempo para buscar otro sitio, la noche ya era protagonista y como tampoco es que sintiera pánico decidí cerrar los ojos y dormir lo que pudiera.


Fue una noche de ruidos muy raros, tantos que los hubiera cambiado todos por los ruidos de los supuestos murciélagos de la noche anterior. Aun así otra noche que pasó sin ningún percance y temprano volvimos a pedalear.


Lo del tercer día por la mañana ya sí que tenía pinta de temporal. Vientos de cincuenta kilometros por hora que hacía bastante peligroso ir montado en la bicicleta por los senderos cercanos a los acantilados. La costa norte me presentaba a un Mar Mediterráneo desconocido para mí,  tanto que podría haber afirmado estar en la costa del Cantábrico en uno de sus días revueltos.


No sabía si llovía o al mar le caía mal y me escupía intentando ahuyentarme de su costa. Tenía claro que no podría recorrer todo el Cami de Cavalls por ciertos motivos, pero uno de ellos no iba a ser por el meteorológico. Me quedaba un día y mi propósito se completaría como mínimo al llegar a Cavalleria, punto donde toda persona que me había encontrado me advertía que el camino se volvía difícil para ir andando, por lo que impracticable para ir en bicicleta. No me apetecía empujar más mi medio de transporte. Imaginaros tontamente como si viajando en un autobús a cada rato tuvierais que bajar todos los pasajeros a empujarlo, poco a poco iríais perdiendo el posible aprecio a ese medio de transporte. Así que llegado el momento tendría que encontrar una ruta alternativa.


Costaba avanzar, el viento me desplazaba por los estrechos caminos y las subidas y bajadas continuas me recordaban que hasta el último momento esta aventura iba a ser dura.


Fue unos kilometros antes de Cavallería cuando conocí a Susana y Violeta, dos aventureras en bicicleta que también recorrían la isla. Nos separamos porque yo tuve que parar a comer y reparar un pinchazo pero nuevamente nos encontramos en el punto donde pondría supuestamente fin al Cami de Cavalls.


Decidimos viajar juntos dirección a Ferreries, conociendo el igualmente impresionante interior de la isla. Confirmamos entre todos que uno de los track que tenía en el GPS evitaba las partes no ciclable del Cami. En ese momento es cuando mi motivación resurgió y tuve la grandísima idea de proponer hacer el último tramo que quedaba hasta Ciutadella de noche. Sorprendentemente ninguno de los tres pensó que no era la mejor idea del mundo. Estas chicas estaban habituadas a todo así que encendimos los frontales y pedaleamos de vuelta a la costa al encuentro nuevamente del Cami de Cavalls.


Lo siguiente que recuerdo y recordaré siempre de este viaje son las risas nerviosas de los tres empujando las bicicletas por el camino que seguía siendo impracticable. El momento era peculiar por no decir algo arriesgado. Poco veíamos, el viento soplaba más fuerte incluso que por la mañana y las piedras y escalones eran enormes. En resumen, esa parte no tenía nada de ciclable y aunque éramos positivos y veíamos con cierto romanticismo el practicar este deporte de noche los tres decidimos en la siguiente escapatoria salir de ese pequeño infierno nocturno.


Susana y Violeta como les quedaban días por delante decidieron acampar y pasar la noche allí. Por mi parte no sabía el tiempo que me llevaría llegar a Ciutadella y no me podía permitir perder el barco de vuelta así que en solitario me adentre en los bosques de Menorca dirección a la carretera principal. 


No creáis que me encanta andar solo por bosques solitarios llenos de sombras extrañas y en una noche llena de nubes que impiden que la luna algo nos alumbre, pero las circunstancias así lo requerían para poder embarcar el jueves y llegar a trabajar el viernes.


Los caminos se convirtieron en pistas y las pistas al poco en carreteras. Llegue mucho antes a Cuitadella de lo imaginado, encontrándome lo que parecía una ciudad fantasma. No tenía nada pensado para pasar la noche, así que me encontré pasando mi última noche en Menorca entre paseos callejeros, soportales refugiándome del frío y la única cafetería que encontré abierta  tomando un batido de chocolate caliente para recuperar algo del calor perdido.


No fue la mejor noche de mi vida os lo puedo asegurar, pero tampoco por ella me cambia el rápido enamoramiento que tengo hacía una isla donde tengo seguro que volveré.


Antes de acabar agradecer a la tienda ESPAIBICI situados en la c/Bruc 63 de Barcelona y en especial a David Casalprim su siempre buen asesoramiento sobre material y viajes en bicicleta y por el apoyo prestado con la cesión de material que sin él este viaje hubiera sido mucho más complicado.


Para ver la ruta y descargar el track podéis clicar aquí.

Por cierto, llegué a embarcar, llegue a Barcelona, llegue a Pirineos y llegué el viernes a trabajar. Tuve que esperar al lunes para descansar pero mereció mucho la alegría : )  : )


Próximamente más aventuras pero quedaros con una frase amigos y amigas…

¡¡¡¡HAY QUE VISITAR MENORCA!!!!




sábado, 17 de octubre de 2015

Conociendo lo que me rodea - El falso Collroig desde Dorres.

Como la semana pasada estuve de viaje por Madrid cogiendo energías con la familia y los amigos esta semana tocaba apretar un poco para recuperar la forma por lo que me viene encima.

Seguimos conociendo la Cerdanya un poquito más y esta vez el punto de inicio fue la población francesa de Dorres.

El objetivo era volver a tocar la cima del Carlit, motivado esta vez por realizarlo por una ruta desconocida para mí que pasaba por el pico Collroig.

Otra de las motivaciones/incógnita era descubrir si mi tobillo se habría recuperado por completo o por el contrario me tendría que dar la vuelta a las primeras de cambio.


La mañana amaneció otoñal con su multitud de amarillos, dejando paso según ascendíamos a los tonos grises de la niebla que solo nos permitía dibujar la silueta de los animales que nos encontrábamos a nuestro paso.


Con ciertas molestias en el tobillo seguí avanzando. Opte por no quejarme y  caminar a un ritmo algo más bajo de lo normal, sabiendo o queriendo pensar que la adaptación a las circunstancias del momento tendría su recompensa. Otros, menos positivistas, lo llamarían cabezonería…

Cabezonería o adaptación, adaptación o cabezonería. Eligiera la opción que eligiera  es lo que me permitió en ciertos momentos seguir hacia delante.

Seguíamos avanzando y llegaron instantes donde las molestias desaparecieron. La emoción de sentirme caminando por encima de las nubes creaba una maravillosa adrenalina en mi cuerpo.



Los paisajes de postal se acumulaban tan deprisa como desaparecía la adrenalina de mi cuerpo. Las molestias se acrecentaban tanto como la inclinación de la montaña.



Casi llevábamos cuatro horas caminando cuando decidimos que como mínimo tendríamos que llegar al Collroig y evaluar allí la situación. Así somos algunos montañeros, podemos abandonar un objetivo, pero rápido nos buscamos uno algo más asequible para seguir sufriendo un poquito más.


A las cuatro horas tocamos la cima, esta vez señalizada con dos palos un poco ridículos la verdad, aunque con la misma ilusión de siempre nos felicitamos.



Observamos que si queríamos seguir hacía el Carlit lo que nos esperaba era una cresta bastante expuesta, por lo que decidimos por el bien de mi tobillo que ese sería el punto de retorno.


Qué bien se siente uno cuando ha conseguido uno de sus objetivos. Te sientes mejor aun cuando piensas que has coronado otro pico para tu curriculum. Ya alucinas cómo te sientes cuando de regreso sigues encontrándote imágenes de postal. Y ya, no se puede sentir más, cuando terminas la ruta con ciertos dolores pero sabiendo que has aguantado 7 horas de andar y subir montes.





Y sentir sentir, sientes muchas cosas, sobre todo cuando llegas a casa, miras en los mapas y te sientes el más pringadoooo porque lo que creías que era en realidad no lo era.

¡El pico Collroig era el siguiente pico! 

Por lo que esta excursión la recordaremos graciosamente como “la pateada que nos llevó a conocer al falso Collroig” y tendremos que volver en algún momento a pisar de verdad su cima.

No obstante seguiremos endulzándonos la vida positivamente pensando que aunque lo que creímos como real no lo fuera, las sensaciones que nos hizo vivir si lo son :  )   :  )