Cierro los ojos, inspiro y puedo
volver a vernos pedaleando durante kilometros y kilometros. Un viaje que
comenzó hace meses proponiéndonos llegar desde Pirineos hasta Madrid pedaleando.
Un viaje que sería nuestra mayor aventura deportiva vivida hasta el momento y
de lo que surgirían otros sueños en forma de objetivos a realizar.
Algunos no estaban claros pero
había uno que si lo conseguíamos antes de finalizar el año daría pie a tener
sueños mucho más largos. No es otro que el que acabamos de cumplir con los pies
fríos y una amplia sonrisa en la cara. No es otro que finalizar el año
atravesando la otra mitad de la península ibérica, llegando a su punto más al
sur, Tarifa.
Un viaje cargado de kilometros de
subidas y bajadas, paisajes con encanto, heladas noches y muchas anécdotas.
Y es que, qué son los viajes si
no un conjunto de anécdotas…
Comenzando con el tipo “anécdota
inquietante y que quita el sueño”. Salir
de trabajar. Hacer 700 kilómetros en coche. Llegar a la una de la mañana a casa
de tu madre y que tu abuela afectada por alzhéimer monte un sarao tan grande
que raro fue que los vecinos no avisaran a la policía. Ninguno en la casa pudimos
dormirnos hasta las cuatro de la mañana por lo que todos empezábamos ese día
más cansados que descansados.
Otra anécdota es la llamada “saluda
y no te pares”. Al calcular sobre plano la ruta no sabemos todo lo que nos vamos
a encontrar. Así pasa que de repente nos encontramos atravesando la Cañada Real
de Madrid. Pocas opciones teníamos, salvo la de poner cara de simpático, dar
los buenos días a todo el mundo y que pareciera que lo hacemos todos los días.
Como entenderéis no paré a hacer ninguna foto de este momento jejej
Luego viene la triste anécdota “histórica”.
Encontrando en nuestra ruta un edificio abandonado. Pero no cualquier edificio.
Un edificio que en tiempos ya lejanos rebosaría actividad y donde sus paredes
seguro que albergan los recuerdos de todas y cada una de las noticias que
ahora, en nuestro tiempo, las tratamos como nuestra historia.
Y le sigue la anécdota “destellos
de velocidad”. ¡¡En las primeras tres horas de este viaje recorrimos 65 kilómetros!!
Una media aplastante que hacía pensar que nuestro estado de forma era
excepcional y batiríamos todos los récords. Más tarde y durante el resto de los
días la orografía del terreno nos volvió a poner en nuestro sitio mientras una vocecita
nos decía –¡Confórmate con acabar majo!—
En todo buen viaje de este estilo
tiene que existir la anécdota “dormir no significa descansar”. Esto ocurre cuando
dormimos en tienda de campaña con una esterilla que se desinfla en el transcurso
de la noche hasta que los huesos reposan en el pedregoso y duro suelo de
Castilla la Mancha. Que algún suelo blando existirá, pero nosotros no los
encontramos.
No es lo más común pero en este
viaje si tenemos la anécdota “monótona”. En este caso ese galardón se lo lleva cada
uno de los cientos de Kilómetros necesarios para atravesar Castilla la Mancha y
lo único que veíamos a nuestro alrededor eran olivos. Olivos delante, olivos detrás,
olivos a la izquierda y olivos a la derecha. Olivos, muchooooosss olivos.
Otra de las especiales y que
vivimos durante todo el camino es la que hemos denominado como la anécdota “desnivel”.
Que vamos hacia el sur sí. Que vamos hacía la playa sí. Que todo es bajada… noooooo.
Llamarme inculto, pero el que escribe no tenía ni idea que el sur de España
fuera tan abrupto. Perdí la cuenta de los puertos de montaña que tuvimos que
subir. Y esto duró hasta la mismísima Tarifa.
Siempre hay que estar preparado
para la anécdota “MacGyver”. En esta ocasión se rompió el cable para cargar el móvil.
No es un problema enorme pero puede que se enciendan las alarmas en mi familia
si por la noche no reciben el mensaje –Ok, estoy bien-. Creerme que son capaces
de gestionar un dispositivo de búsqueda en muy poco tiempo. La solución llegó
en forma de navaja y cinta americana. Desmontar cable, descubrir problema,
apañar problema, batería cargando, tropas de rastreo en su casa durmiendo.
No podía faltar la anécdota “tenebrosa”
del viaje. La conseguimos al pasar una de las noches en esta caseta en medio de
numerosos maizales, con la puerta arrancada y con el suelo de hormigón. Os
imaginareis la combinación perfecta de ese suelo con la súper esterilla pierde
aire. Lo positivo es que los ladrillos protegen más del frio que la tela de la
tienda de campaña, así que en algo ganamos.
La anécdota “esperanzadora”. Cruzar
la bonita y verde que te quiero verde Sierra Leona y pensar que se habían
acabado los olivos. Pero no, cuando los inmaculados pueblos blancos nos hacen
saber que estamos en Andalucía vuelven a aparecer los olivos, más olivos y más…
jajja. Eso sí, decir que el suelo andaluz es muy diferente al manchego. La
tierra sin piedras y blandita, tan blandita que la noche que pasamos entre sus
campos dormimos del tirón.
Al parecer siempre hay algo que
comer por él camino. Esta vez la anécdota del “ahorro” fue protagonizada por
este naranjo, donde pedimos permiso y nos dejaron coger unas cuantas naranjas
muy ricas. En otros momentos pensamos llevarnos una vaca o un cerdo de pata
negra pero no veíamos tan claro que lo vieran con tan buenos ojos los dueños.
Por muy cómodo que sea viajar por
asfalto tenía que haber una anécdota “la cabra tira al monte”. Cansado de tanto
asfalto nos dimos un respiro en un caminito que encima nos hacía recortar
algunos kilometros y de regalo unos paisajes con mantos de cultivo espectaculares
y sin olivos.
Una de las sorpresas del viaje la
tuvimos con la anécdota “rincón a visitar”. Llegar a Ronda ya es bonito.
Llegando en sábado y atravesar una de sus calles principales ya notas el gran
ambiente que tiene. Pararnos en un bar a comer unas tapas ya es un gusto. Pero
todo se queda corto cuando conoces el balcón de Ronda. Un acantilado bañado por
campos de cultivo donde la parada es obligatoria aunque no estés cansado.
Finalizando el viaje nos
encontramos con la anécdota “súper héroe”. Es aquella que habiendo recorrido
105 kilometros en un día se te antoja
pedalear en la placida y oscura noche llegando a realizar 230 kilometros pero
aquí no acaba la anécdota porque…
Llega el momento de la anécdota “criptonita”.
Y no es otra que conocer deportivamente hablando lo que es el cansancio extremo.
Por lo que inevitablemente el cuerpo te pide parar un momento en la cuneta de
la carretera aunque solo queden 10 kilometros para llegar a Tarifa. Bicicleta al
suelo y yo me siento a descansar. Lo siguiente que recuerdas es que te
abandonaste sin preocuparte de nada, te tumbaste en el suelo sin más abrigo que
lo puesto, agarraste tu bicicleta y cerraste los ojos. Dormí, dormí cincuenta minutos
y porque mi cuerpo empezaba a sentir congelación. No había más remedio,
necesitaba entrar en calor, tocaba volver a pedalear y llegar a nuestro
destino.
Llegar por fin a Tarifa y
completar así el sueño y nuestro objetivo. No obstante todavía había tiempo
para alguna anécdota más.
La que llamaremos anécdota “surrealista”.
La cual para explicarla bien tendremos que temporalizar:
6:30 - Llamo a un hostal con supuesta buena opinión
sobre la atención del personal y con recepción 24 horas para preguntar si
tienen una habitación disponible. No contestan.
6:31 – Me llaman del hostal y al preguntarles me
hacen un examen ya que al parecer es raro que un ciclista llegue a esas horas a
Tarifa. Me dicen que tiene que llamar a su hijo y que vuelva a llamar en cinco
minutos.
6:38 – Vuelvo a llamar y aunque no ha localizado
a su hijo me dice que me acerque a la puerta del hostal.
6:40 – Me abren la puerta y la primera frase que
recibo, palabras textuales fue —no tenías otro hostal al que llamar a estas
horas—. Mi cara de póker lo único que acierta a decir es que si molestaba me
iba, a lo que me contestan que no me vaya. Antes de entrar me vuelven a hacer
el examen. Yo solo quería ducharme y dormir dos horas, no pasar una oposición.
6:50 – Parece que he pasado todas las pruebas,
abono el precio de la habitación y nos dirigimos a ella.
6:55 – Último examen ya en la habitación, a lo
que me suelta otra frase para el recuerdo y cito textualmente —¿no tendremos
que llamar a la policía esta noche no?—. Se me abren los ojos como platos y le
comento que es la mayor falta de respeto que han tenido conmigo en un hotel. El
hombre recula un poco y por fin me deja solo.
10:45 – Salgo de la habitación con todas mis
cosas para cumplir lo dicho en el examen y me encuentro al hombre en su
despacho, confirmándome qué pensaba que era un terrorista o algo porque no ha
podido volverse a dormir.
11:00 – Tras explicar nuevamente la historia de
nuestro viaje, con el sol ya en lo alto, parece más creíble y el hombre se
tranquiliza. Incluso diría que se ha dado cuenta del trato dado y muy
amablemente ofrece café, bebidas y la posibilidad de subir a la azotea a hacer
fotos.
11:20 – Me despido del hostal dirección a la
playa de Tarifa, por fin.
Por último y dejándonos algunas
anécdotas en el tintero conocimos uno de esos lugares donde sabes que vivirás
más anécdotas. Por lo que a esta última
anécdota hemos decidido nombrarla como la anécdota “VOLVEREMOS”.
Tarifa, pisamos tu extensa y
blanca playa, vimos y nos deslumbró tu reluciente agua, escuchamos el cantar de
tus vientos y sentimos en el mismo presente ganas, muchas ganas, de volverte a
ver.
Concluimos así un año donde hemos
conseguido viajar y cumplir retos que posibilitan y nos hacen soñar con otros
aún mayores. Este último viaje del año, este gran objetivo cumplido quiero
recordarlo durante mucho tiempo. Será seguramente por tener a mi abuela
afectada con esa dura enfermedad que en este viaje he sentido las ganas de
llenar mi vida de recuerdos infinitos, de vivir intensamente y desgastar la
vida hasta que no pueda o no quiera más. Será que viviéndolo de cerca me
apetece dedicar este viaje lleno de recuerdos a todas aquellas personas que habiendo
vivido ya no lo recuerdan.
Animo a todas esas personas que
tienen la paciencia de vivirlo de cerca, en especial a mi madre, a mi hermana
Vero y a mi hermano Nano.
Feliz 2016. Por una vida llena de
recuerdos.